Iván Illich (Viena, 4 de septiembre de 1926 - Bremen, 2 de diciembre de 2002) fue un pensador austríaco polifacético y polémico, clasificado por muchos como anarquista, autor de una serie de críticas a las instituciones clave del progreso en la cultura moderna.
Este
autor, reconfiguró la pedagogía libertaria al realizar una crítica a la escuela
burguesa entendiéndola como centro de reproducción del modo de producción
capitalista y como espacio de alienación que embrutece al estudiante para
someterlo a los intereses del estado y de particulares que buscan beneficiarse
del conocimiento impartido por los profesores y las directivas de los claustros
educativos. Esas escuelas del odio que siguen existiendo en la actualidad
configuran el modo de vida del estudiante convirtiéndolo en simple mercancía
del sistema capitalista. Al salir de la escuela ocupará un puesto en el
escalafón de los más fuertes: simple consumidor del engranaje mercantil de una
sociedad idiotizada. De esta manera la escuela forma a un estudiante pasivo y
competitivo que lo único que le interesa es escalar en la esfera social para
poder llegar a tener mansiones lujosas y derrochar el dinero en esos centros
del consumismo llamados centros comerciales. El estudiante se moldea así un
mundo diferente en su mente donde el ansia de comprar y convertir en mercancía
su conocimiento es requisito para pertenecer a la moderna sociedad. Esa
mercantilización del conocimiento es consecuencia de la alienación que sufre el
niño en la escuela donde se le enseña a ser explotado y oprimido para mantener
el statu quo actual. De esta manera la alienación se convierte en un arma para
las instituciones que sirviendo a los intereses particulares de unos pocos
esclavizan a la clases subalternas.
Ese
servilismo de las escuelas se ve reflejado en la sumisión de los educandos a los entes del control y el orden pues se
les enseña a obedecer las leyes y no violarlas, a quedarse callado frente a las
injusticias del sistema y a no reaccionar contra los cuerpos represivos
estatales. De esta manera se crea un círculo vicioso que considera a los
servicios, que prestan las instituciones, como moralmente necesarios olvidando
que son ellos los que degeneran la sociedad convirtiéndola en un rebaño que
sigue a su pastor. Sin embargo la escuela no puede cumplir ese deber sola pues
necesita de hombres y mujeres que adiestren a sus alumnos.
El
profesor aliena al estudiante y termina convirtiéndole en un agente pasivo.
Esta función principal del educador hizo pensar a Illich en una reformulación
del papel del profesor en la escuela ya que consideró que los alumnos no tienen
necesidad de una autoridad que les esté diciendo qué hacer o no. Así, el niño
aprende a vivir en la cotidianidad lejos del adiestramiento que le imparte el
profesor en la escuela a través de la jornada completa.
En la escuela también se refleja la brecha entre los que
tienen mucho y los que tienen poco a pesar de que se intente crear una
educación gratuita y de calidad la desigualdad económica y cultural será
decidiendo quienes pueden o no seguir sus estudios o ascender socialmente en
busca del cruel cargo de explotador. La escuela a pesar de que se le intente
realizar algunos cambios, tiene un currículo oculto que vigila al educador y lo
somete a los dictámenes del Estado y el capital. La escuela sigue siendo un
privilegio de unos pocos pues los escalones más altos de la educación siguen
siendo ocupados por las clases altas y medias a la vez que los hijos de la
clase obrera tienen pocas oportunidades para acceder a la universidad.
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